La Ñema de Cristóbal Colón, por José Leonardo Riera

El 12 de octubre de 1492. ¿Qué te viene a la mente? ¿Carabelas? ¿Gloria? ¿Monumentos solemnes? La historia oficial nos vendió una epopeya épica, llena de fe y visión. Pero si la miras bien, la Conquista de América es una historia increíblemente extraña, llena de deudas, chismes de realeza y un tipo muy porfiado.

Aquí es donde entra el genio de Aquiles Nazoa, el poeta de las cosas más sencillas y profundas. Con su obra teatral «Importancia y Proyección de la Ñema de Colón», Nazoa no solo cuestionó el «Día de la Raza», sino que nos dio la herramienta de resistencia más poderosa: el humor. ¿Quieres saber cómo un chiste puede desarmar un imperio? Sigue leyendo.

La grandeza histórica, para Nazoa, era solo una fachada. En lugar de presentarnos a una Reina Isabel «la Católica» en su majestad, él nos la muestra casi en bancarrota. En la obra, la Reina está rezando desesperada para que el Rey Fernando ¡consiga un empleo!

«San Pepe y San Timoteo, / oíd de mi alma los gritos, / y haced, oh santos benditos, / que el Rey consiga un empleo!»

Este es el primer golpe maestro. Al reducir la monarquía a una familia con problemas económicos, Nazoa le quita toda la seriedad y el poder a la empresa colonial. Nos recuerda que el viaje no fue financiado por un ideal, sino por una necesidad tan mundana como la falta de plata. El gran evento que cambió el mundo fue, en esencia, un negocio de desesperados.

Cristóbal Colón, en la pluma de Nazoa, deja de ser el visionario. Es un «caradura» que irrumpe por la ventana y un vendedor persistente que le dice a la Reina que la Tierra es «redonda como una papa». Cuando pide dinero, la Reina lo rechaza con una frase que es pura jerga venezolana: «te caíste a platanazo!»

La genialidad de Nazoa, el maestro del costumbrismo, radica en usar la lengua del pueblo para narrar la alta historia. Su hermano, el gran periodista Aníbal Nazoa, también entendió que la crítica más efectiva es la que se hace desde la trinchera del ingenio popular. Ambos nos enseñaron que el lenguaje formal de los imperios se rompe con la sencillez del habla cotidiana.

La resistencia no siempre es con armas, a veces es con una buena carcajada. El colonialismo se sostiene en el respeto forzado, en la grandilocuencia del vencedor y en el miedo reverencial. ¿Qué pasa si le quitas ese miedo? Lo desarmas.

El momento culmen de la obra es cuando, ante los sabios de Salamanca (que en lugar de debatir ciencia, preguntan por qué el rabo del cochino es un tirabuzón), Colón no contesta nada. Su «estrategema» para conseguir la flota es un truco burdo, donde la famosa «ñema» (sí, esa palabra) se convierte en el símbolo de una estrategia impulsiva y casi mágica:

«Más puede a veces un truco / que la ciencia y el sistema. / Si no es por aquella ñema / no soltamos el guayuco.»

El guayuco (prenda indígena) que «no soltamos» es la consecuencia más dolorosa del 12 de octubre. Nazoa utiliza un acto absurdo para señalar una verdad profunda: la colonización fue un despropósito que nos ató. Pero al hacerlo a través del humor, nos da permiso para reírnos de la cadena. La risa es el acto de desobediencia que niega la seriedad del opresor.

El Día de la Resistencia Indígena (como se conoce el 12 de octubre en Venezuela) nos exige una relectura constante de la historia. Y Nazoa nos ha dejado el mejor manual para hacerlo. Su obra nos enseña a ser críticos, a ser ingeniosos y a desconfiar de las estatuas y los homenajes vacíos.

La próxima vez que escuches una versión épica de la conquista, recuerda la imagen de una reina que empeña su dentadura para financiar a un «caradura» que creía que el mundo era una papa. Recuerda que la verdad histórica, a menudo, es más cómica que épica.

Cintillo Movimiento Aquiles Nazoa

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